Gonzalo Rojas

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LA COMUNIDAD CAMPESINA DE CHOJAHUAYA

Hay varias comunidades campesinas situadas en las estribaciones del nevado Illimani en La Paz, Bolivia. Casi todas producen hortalizas que venden al por mayor en esa ciudad. Deben competir con otras comunidades que están en la zona baja y que usan para sus cultivos agua de río, severamente contaminada con los efluentes de La Paz.

Una de esas comunidades de altura, Chojahuaya, deseaba captar algo del agua de deshielo que baja del nevado. De hecho, en el pasado habían intentado hacer un canal de conducción de tierra compactada, pero se perdía mucha agua por la fuerza con que ésta bajaba y el canal había quedado en desuso. Entonces, los cultivos se hacían a secano, con productividades muy bajas.

La comunidad pidió ayuda a la FAO para construir un canal de riego propiamente dicho. Ésta decidió que podría financiar los insumos principales, pero que otra entidad, el gobierno municipal local, tendría que dar la asistencia técnica, y la comunidad tendría que poner todo el trabajo.

El arreglo era simple, pero llevarlo a la práctica era difícil. El gobierno municipal asignó un ingeniero, pero éste no asistía a las reuniones, tenía dificultades de transporte; finalmente sus repetidas ausencias quebraron la confianza de la comunidad en el gobierno municipal. Por consiguiente, se decidió contratar a un ingeniero independiente, que revisó el trazo del canal, hizo algunas correcciones y decidió que había que construir algunos reductores de presión y desarenadores. La comunidad se reunió y decidió que podía hacer sola el trabajo: varios agricultores eran también albañiles con grado de “maestros” y muchos jóvenes tenían el grado de “ayudantes”.

Por consiguiente, se compró los insumos, se acopió arena y piedra y la comunidad inició el trabajo. Aplicó las normas comunitarias habituales para trabajos colectivos: todos deben participar y la carga de trabajo debe ser aproximadamente la misma. Completó el canal donde se había destruido o faltaba; lo revistió con piedra emboquillada; hizo los desarenadores y reductores de presión con hormigón ciclópeo; protegió el punto de toma e instaló un distribuidor en el punto de llegada a las parcelas. Todo en menos de un mes, antes de que empezara el invierno.

La FAO acompañó el trabajo y a su conclusión encontró que la obra cumplía todos los estándares previstos. Desde entonces la comunidad Chojahuaya ha asegurado agua limpia de riego para todos sus frutales y hortalizas. ¡Los consumidores se benefician, pero no lo saben!

Responsable de este resumen:

Gonzalo Flores

don.gonchi@gmail.com