LA COOPERACIÓN PARA EL DESARROLLO EN UN NUEVO CONTEXTO
Desde los años 80 la cooperación para el desarrollo mostró una importante evolución. Desde los conceptos de ayuda, “la entrega del pescado”, se caminó hacia el fortalecimiento de las capacidades de las comunidades, “aprender a pescar”. Y en este proceso de más de cuatro décadas los aprendizajes han sido múltiples y muy potentes.
Se logró comprender, por ejemplo, que la cooperación acompaña, como un aliado o un socio, a las comunidades locales. Y que son las comunidades locales las que definen la agenda de desarrollo, partiendo de sus intereses, de sus condiciones específicas, superando el concepto de la transferencia tecnológica sin más. O, asumiendo, que la transferencia tecnológica solamente es viable si parte de una plena adaptación a cada situación específica. Es en este contexto donde la asistencia técnica es adoptada por la gente.
Finalmente, la cooperación comprendió que en el centro de la relación están las personas, con sus saberes previos, con su cultura y su idiosincrasia. No están los árboles en el centro, ni los tractores, ni las obras de ingeniería para mejorar el riego, en el centro están los campesinos, los agricultores, las organizaciones de regantes. Finalmente, son las personas y sus organizaciones comunitarias las que deciden.
Después de muchos fracasos sistemáticos, la cooperación para el desarrollo al fin aprendió a trabajar de la mano de la gente, acompañándola en su proceso, promoviendo la autogestión, el fortalecimiento de las capacidades individuales y grupales, respetando la cultura y la democracia interna, comprendiendo que solamente desde una buena gobernanza se puede construir un proceso sostenido de desarrollo. Asumiendo que las imposiciones de paquetes tecnológicos se presentan como logros solamente para el momento de la fotografía, pero que pronto son olvidados. Las plantas mueren, los pies de cría se los vende, las infraestructuras se convierten en bodegas, los canales de riego se roturan porque no corresponden a los derechos históricos de acceso al agua, etc.
Pero ahora, con la pandemia, la cooperación para el desarrollo parecería que regresa a sus orígenes: la transferencia paternalista de insumos. La entrega gratuita, en todo el mundo, de aquellos implementos que necesita la gente para no contagiarse y para sobrevivir. Regalar mascarillas, pastillas de cloro, kits alimentarios, tablets para estudiantes, kits de saneamiento ambiental, etc. Sería absurdo pretender que para enfrentar la emergencia no se necesitan de estas ayudas. El problema crítico podría provenir de una distorsión operada por la lógica de los hechos consumados: una cooperación ya no para el desarrollo, sino de ayuda emergente, que olvida por completo las lógicas endógenas de desarrollo y que, por la fuerza de los acontecimientos, convierte a las personas en beneficiarios de políticas paternalistas.
No se puede olvidar todo un proceso de aprendizaje y que todos nos alineemos con los errores del pasado. También la ayuda en emergencia puede partir de los sujetos, acompañando los procesos y no simplemente transfiriendo insumos y protocolos.